Vi el documental Tutti Frutti. El templo del underground (2022), dirigido por Laura Ponte y Álex Albert, que reconstruye la historia del Tutti Frutti, un bar de la Ciudad de México que surgió en los ochenta y fue uno de los primeros espacios contraculturales de la ciudad.
La música era el centro. En una época en la que acceder a música alternativa era difícil, sin internet, con pocas tiendas especializadas y una oferta nula en la radio, el Tutti Frutti funcionaba como una ventana a escenas musicales lejanas y casi míticas.
Quien ponía los discos era Danny (punk belga y todo un personaje) y sonaban bandas de garage, hardcore, techno, gótico, punk y otros géneros que difícilmente se escuchaban en otro lado. Él y Brisa Vázquez (baterista de Los Esquizitos y todo un personaje también) estaban a cargo, haciendo del Tutti Frutti un punto de encuentro para la escena alternativa capitalina.
En el escenario se presentaban grupos que en esos tiempos eran emergentes y que luego serían fundamentales para la música nacional, como Los Caifanes, Café Tacvba, La Maldita Vecindad y Santa Sabina. También tocaron bandas más de culto dentro del contexto local, como Masacre 68 y Atoxxxico. Además, llegaron bandas internacionales, algunas a tocar y otras simplemente de paso, convirtiendo al Tutti en un nodo de conexión con lo que pasaba en el panorama contracultural internacional.
El documental deja ver que esa música no solo era alternativa en lo sonoro, sino también en lo político y cultural, dejando claro cuánto ha cambiado la relación entre música, rebeldía y mercado.
Más que contar la historia de un foro, retrata una comunidad que se formó al margen de las instituciones culturales y comerciales. A través de entrevistas y grabaciones de archivo, reconstruye con cariño una experiencia generacional desde la memoria colectiva.